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martes, 22 de abril de 2014

60.

Hubo un tiempo en el que incluso me obligaba a mí misma a escribir.
A gritar y llorar todo lo que mi garganta me desgarraba por dentro.
Pero me di cuenta que no siempre puedo gritar o llorar sobre un papel todo lo que me gustaría porque a veces, no tengo palabras para describir lo que siento.
Es un sin sentido y un vaivén como las olas del mar que acarician la orilla, yo acaricio el papel con el bolígrafo y a lo mejor, no llego nada más que a eso. A garabatear contra la hoja a lo mejor con furia y rabia y odio acumulado. Pero no me puedo obligar a mí misma. Hasta que entendí una cosa y pude darme cuenta.
Soy una persona.
Una mujer.
Y por mucha presión que la sociedad ejerza sobre la figura femenina en tantísimos aspectos soy única e irrepetible. Nadie, nunca, será como yo. Nadie tendrá esa marca que tengo debajo del lado derecho del labio, ni nadie tendrá el mismo lunar que yo. Soy una mujer. Estoy segura de encontrar de vez en cuando mi lugar en este mundo, de encontrar a la playa a la que pertenezco porque al fin y al cabo, somos como granitos de arena, tan pequeños en un mundo tan grande... y no nos damos cuenta. Pero todos y cada uno de nosotros contamos.
Y estoy aquí por algo. Y no lo sé, no entiendo muchísimas veces por qué estoy aquí o por qué el mundo es así o por qué sueño despierta o por qué no nací en otra época. Me pregunto por qué me gustan las cosas que me gustan y también por qué no encajo con otras personas de mi edad como la gran mayoría.
Y puede que el tiempo pase mientras encuentre mi sitio y sepa que definitivamente ese es mi lugar mientras dejo que el tiempo pase entre mis dedos. Mientras cruje la piedra del mechero al encender mi cigarro y asciende el humo por el aire mezclándose con el del café en un invierno frío o la espuma de la cerveza en una terraza en plena primavera.
A lo mejor me empiezo a consumir antes de que encuentre mi sitio o a lo mejor soy la pieza perdida de un puzzle, que así es como me siento muchas, demasiadas veces.
Pero soy una persona.
E igual que una estrella, igual que una partícula de polvo o un libro, tengo derecho a estar aquí y perderme entre libros y líneas de garabatos en cuadernos y cajas de tabaco y latas de cerveza.
Todos y cada uno de nosotros tenemos derecho a estar aquí, encontrando nuestro lugar.
Y somos mucho, muchísimo más que un cuerpo, somos un alma, una mente que no tiene límites, no paramos de aprender y aprender y eso es todo lo que somos.