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domingo, 28 de septiembre de 2014

64.

Verle.
Una sorpresa.
Una maleta en el suelo.
Las manos en la boca.
Felicidad.
Correr, saltar, sonreír.
Dos beso.
Un abrazo.
Él.
Ella.
Una cama, una cerveza.
"¿Dónde coño están mis cuchillas? ¡Me tengo que afeitar!"
"Estás bien, idiota. La barba te queda bien" dijo ella.
Una noche.
Una plaza.
Un cigarro.
Tequila.
Fiesta.
Besos.
Y más besos.
Otro chupito.
Más cerveza.
Otra copa.
Y otra.
Las seis de la mañana.
"Mierda, tendría que estar en casa" dijo ella.
"Estás muy borracho" dijo él.
"Mentira" y le robó un beso.
Él sonrío.
Calles.
Amanecer.
"Deberías comer algo"
Pizza.
"No puedo con nada, perdedor" dijo ella.
Manos entrelazadas.
Palabras y más palabras.
Sonrisas.
Más besos.
"A la mierda la pizza, joder"
Y noche.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

63.

Apenas daban las dos de la mañana en aquel viejo reloj de pared.
En la mesa, un cenicero.
Un cenicero y cien colillas.
Cien colillas y ceniza.
Y un cigarro a medio acabar.
Humo.
Humo que se distinguía por su blanco espesor en la habitación oscura y el tocadiscos con una suave melodía de Yann Tiersen.
Unas manos nerviosas que movían los dedos chocando contra la mesa.
Unas uñas mordidas con el esmalte negro roto golpeando con angustia la mesa.
Impacientes.
Y una rodilla cerca de la cara de aquella chica, sentada en la butaca roja de la habitación, con la otra de sus piernas colgando, sin llegar al suelo, pensando, moviendo su cabeza despeinada al compás de aquella melodía de la banda sonora de "Amélie"
Dubitativa, dando largas caladas al cigarro.
Moviéndose, de vez en cuando, de un lado al otro del pequeño cuarto, iluminado por las pocas estrellas que lograba ver desde la ventana de su habitación, en un patio interior, de un alto edificio, en  medio de una gran ciudad.
Sin rumbo fijo.
Sin saber qué hacer.
Sin saber cómo continuar.
Y ahí estaba.
Ella, con su cigarro.
Intentando ver las pocas estrellas que se veían desde el pequeño cuarto, en el patio interior de un alto edificio en medio de una gran ciudad.
Y entonces, en ese momento, se dio cuenta.
Se dio cuenta de que ella, era una gota y el mundo, un océano.
Un océano sin descubrir.
Repleto de mares.
De seres maravillosos e historias impresionantes detrás de ellos.
Y aspiró de nuevo la nicotina de aquel cigarro.
Con estrellas en los ojos.
Se dio cuenta, en ese preciso instante, de la inmensidad que el océano, podía llegar a alcanzar.

jueves, 4 de septiembre de 2014

62.

La sobredosis de cafeína recorría mi cuerpo.
Y las calles desnudas, donde solo se encontraban un par de vagabundos en los portales o algún que otro joven disfrutando de sus últimos días de libertad frustrados por la entrada a la universidad.
Y luego estaba yo.
Pensando en ti.
Y en nosotros.
El humo del tabaco inundaba mis pulmones y la cajetilla decía que estaba en las últimas.
Mis pupilas dilatadas y los ojos lacrimosos y rojos, decían que yo estaba en las últimas.
Mis pies bailoteaban al ritmo de alguna canción que tenía en la cabeza tratando de no pensar en ti.
En tus ojos y en tus rizos.
En tus manos y en tus labios.
Mi culo, plano y frío, debido al largo rato que llevaba sentada en las escaleras de un parque en medio de Madrid viendo como la gente iba y venía, me decía que debía moverme ya o mis piernas se quedarían estancadas sin moverse.
Pero yo seguía pensando.
En todo y en nada a la vez.
En ti y en mí y en lo que eramos y no eramos a la vez.
Un torbellino de imágenes recorría mi cabeza para luego desaparecer destrozando todo lo que habíamos logrado como un huracán.
Destrozando el muro que había a mi alrededor para que nada ni nadie lo atravesara pudiendo romperlo de nuevo.
Pero tú lo pasaste.
Lo destrozaste.
Y me dejaste.
Me dejaste con la última nota de la última de las veinte canciones en la boca.
Me dejaste con el último acorde de aquella vieja guitarra que te encantaba.
Me dejaste.
Con ladrillos derribados en el suelo, rotos.
Sin poder arreglarlos.
O haciendo ese muro aún más alto.
O cediendo el muro a mi libertad y dejarme expuesta al mundo externo.
A lo mejor eras tú.
O la cafeína que recorría mis venas.
O la nicotina de la cajetilla que había fumado.
O todo.
O nada y solo buscaba una excusa.
Pero tú estabas ahí sin estarlo.
Y yo estaba ahí estando.
Esperando a reconstruirme o derribarme.
Aún no lo sabía.
Ni lo sabré.
Pero no pasa nada.
Iré a por otro café.
Iré a por otro cigarro.
Iré a por más ladrillos y cemento.
Iré a reconstruirme como si fuera un puzzle de mil piezas imposible de acabar.
Iré a por más relojes.
Iré a por más tiempo.
Y esta vez, ahora, no se escapará.
O por lo menos, eso intentaré.