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martes, 28 de octubre de 2014

67.

Cierra y abre los ojos lentamente.
Poco a poco.
Silencio.
Y una melodía.
Un suave piano y los dedos que lo recorren sin pensar dos veces donde acariciar sus teclas.
Abre los ojos.
Abre los ojos y sonríe.
Sonríe y vuelve a cerrarlos.
Todo es muy lento.
Y la habitación se invade por aquella melodía que palpita entre las cuatro paredes.
Respira.
Respira hondo y sueña.
Sueña que está en otro sitio, que flota.
Que puede hacer lo que quiera.
Sin pensar en el tiempo que corre por sus dedos.
Y lo agarra.
En ese instante, no hay nada más que ella, cuatro pareces y una melodía.
Deja que las notas acaricien su piel de marfil, mientras recorre en sus pensamientos un lugar, desconocido, lleno de incertidumbre.
Deja que sus silencios, la lleven allá a dónde jamás a llegado a estar.
Cierra los ojos.
Y los abre.
Lentamente, sin dejar que el mundo exterior, invada su burbuja de calma.
Un silencio.
Y un do.
Una blanca, una corchea, una negra y un silencio.
Un silencio y ella.
Ella, y su silencio.

martes, 21 de octubre de 2014

65.

"Ya no sueño contigo"
Me quería convencer.
Me quería convencer de que no te echaba de menos.
Ni a ti.
Ni a tus labios.
Ni a tus manos.
"Ya no sueño contigo"
Me repetía una y otra vez.
Mentira.
Echo de menos tus labios.
Tus manos a media noche.
Tus besos borrachos.
Tus ojos azules y tus abrazos de madrugada.
"No, ya no pienso en él"
Falacias.
Palabras vacías y llenas de dolor.
Pero quería ser fuerte.
Aparentarlo al menos.
No sé si lo conseguía.
Pero quería seguir siendo yo
Y no podía
Porque me fui contigo mientras dijiste que nunca me dejarías.

domingo, 28 de septiembre de 2014

64.

Verle.
Una sorpresa.
Una maleta en el suelo.
Las manos en la boca.
Felicidad.
Correr, saltar, sonreír.
Dos beso.
Un abrazo.
Él.
Ella.
Una cama, una cerveza.
"¿Dónde coño están mis cuchillas? ¡Me tengo que afeitar!"
"Estás bien, idiota. La barba te queda bien" dijo ella.
Una noche.
Una plaza.
Un cigarro.
Tequila.
Fiesta.
Besos.
Y más besos.
Otro chupito.
Más cerveza.
Otra copa.
Y otra.
Las seis de la mañana.
"Mierda, tendría que estar en casa" dijo ella.
"Estás muy borracho" dijo él.
"Mentira" y le robó un beso.
Él sonrío.
Calles.
Amanecer.
"Deberías comer algo"
Pizza.
"No puedo con nada, perdedor" dijo ella.
Manos entrelazadas.
Palabras y más palabras.
Sonrisas.
Más besos.
"A la mierda la pizza, joder"
Y noche.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

63.

Apenas daban las dos de la mañana en aquel viejo reloj de pared.
En la mesa, un cenicero.
Un cenicero y cien colillas.
Cien colillas y ceniza.
Y un cigarro a medio acabar.
Humo.
Humo que se distinguía por su blanco espesor en la habitación oscura y el tocadiscos con una suave melodía de Yann Tiersen.
Unas manos nerviosas que movían los dedos chocando contra la mesa.
Unas uñas mordidas con el esmalte negro roto golpeando con angustia la mesa.
Impacientes.
Y una rodilla cerca de la cara de aquella chica, sentada en la butaca roja de la habitación, con la otra de sus piernas colgando, sin llegar al suelo, pensando, moviendo su cabeza despeinada al compás de aquella melodía de la banda sonora de "Amélie"
Dubitativa, dando largas caladas al cigarro.
Moviéndose, de vez en cuando, de un lado al otro del pequeño cuarto, iluminado por las pocas estrellas que lograba ver desde la ventana de su habitación, en un patio interior, de un alto edificio, en  medio de una gran ciudad.
Sin rumbo fijo.
Sin saber qué hacer.
Sin saber cómo continuar.
Y ahí estaba.
Ella, con su cigarro.
Intentando ver las pocas estrellas que se veían desde el pequeño cuarto, en el patio interior de un alto edificio en medio de una gran ciudad.
Y entonces, en ese momento, se dio cuenta.
Se dio cuenta de que ella, era una gota y el mundo, un océano.
Un océano sin descubrir.
Repleto de mares.
De seres maravillosos e historias impresionantes detrás de ellos.
Y aspiró de nuevo la nicotina de aquel cigarro.
Con estrellas en los ojos.
Se dio cuenta, en ese preciso instante, de la inmensidad que el océano, podía llegar a alcanzar.

jueves, 4 de septiembre de 2014

62.

La sobredosis de cafeína recorría mi cuerpo.
Y las calles desnudas, donde solo se encontraban un par de vagabundos en los portales o algún que otro joven disfrutando de sus últimos días de libertad frustrados por la entrada a la universidad.
Y luego estaba yo.
Pensando en ti.
Y en nosotros.
El humo del tabaco inundaba mis pulmones y la cajetilla decía que estaba en las últimas.
Mis pupilas dilatadas y los ojos lacrimosos y rojos, decían que yo estaba en las últimas.
Mis pies bailoteaban al ritmo de alguna canción que tenía en la cabeza tratando de no pensar en ti.
En tus ojos y en tus rizos.
En tus manos y en tus labios.
Mi culo, plano y frío, debido al largo rato que llevaba sentada en las escaleras de un parque en medio de Madrid viendo como la gente iba y venía, me decía que debía moverme ya o mis piernas se quedarían estancadas sin moverse.
Pero yo seguía pensando.
En todo y en nada a la vez.
En ti y en mí y en lo que eramos y no eramos a la vez.
Un torbellino de imágenes recorría mi cabeza para luego desaparecer destrozando todo lo que habíamos logrado como un huracán.
Destrozando el muro que había a mi alrededor para que nada ni nadie lo atravesara pudiendo romperlo de nuevo.
Pero tú lo pasaste.
Lo destrozaste.
Y me dejaste.
Me dejaste con la última nota de la última de las veinte canciones en la boca.
Me dejaste con el último acorde de aquella vieja guitarra que te encantaba.
Me dejaste.
Con ladrillos derribados en el suelo, rotos.
Sin poder arreglarlos.
O haciendo ese muro aún más alto.
O cediendo el muro a mi libertad y dejarme expuesta al mundo externo.
A lo mejor eras tú.
O la cafeína que recorría mis venas.
O la nicotina de la cajetilla que había fumado.
O todo.
O nada y solo buscaba una excusa.
Pero tú estabas ahí sin estarlo.
Y yo estaba ahí estando.
Esperando a reconstruirme o derribarme.
Aún no lo sabía.
Ni lo sabré.
Pero no pasa nada.
Iré a por otro café.
Iré a por otro cigarro.
Iré a por más ladrillos y cemento.
Iré a reconstruirme como si fuera un puzzle de mil piezas imposible de acabar.
Iré a por más relojes.
Iré a por más tiempo.
Y esta vez, ahora, no se escapará.
O por lo menos, eso intentaré.

sábado, 21 de junio de 2014

61.

Qué putada.
Qué putada que todo sea por una persona.
Yo antes era esa insensible a la que le daba igual el amor, su alrededor, esa persona que estaba en pedazos por el suelo y pretendía ser dura.
Yo soy esa persona que se ríe cuando algo le duele para que nadie sepa sus puntos débiles.
Solía ser aquella que evitaba meterse en relaciones y jugar con sonrisas colgandome de ellas.
Solía.
Hasta que llegaste tú.
Por que llegaste tú.
Y ahora que todos los trozos rotos están siendo pegados, tengo miedo. Pero dios mío, tanto, tantísimo miedo, que intento no arreglarme y seguir rota por si me vuelven a romper.
Aunque sé que no lo harías.
No tú.
O eso quiero creer.
No sé si me explico, pero es que, por  tu culpa, me quedo sin palabras.
No sé cómo explicarme y la lengua se me hace un nudo, noto esas cosquillas que tanto odio recorrer mi cuerpo como si de corriente eléctrica tratase.
Me lío y deslío.
Soy un mar de dudas que se ahoga demasiadas veces en sí misma y tú eres mi salvavidas todas ellas.
Y por qué.
Me pregunto por qué.
Cómo eres capaz sin darte si quiera cuenta de lo que haces de hacer tanto y convertir algo roto en algo no tan roto.
En algo diferente.
En algo que nunca creí que volvería a ser.
Me pregunto, día a día me pregunto, cómo lo haces. Cómo lo consigues.
Cómo haces que mis miedos sean deseos y mis temores desvanezcan.
No sé.
Y no creo que llegue a saberlo jamás.
Y duele. Duele saber que los amores no son para siempre.
Y duele saber que las segundas oportunidades nunca son buenas y que tú me las das, continuamente, porque yo soy una idiota que sólo sabe como romperse.
Y caerse.
Y volver a romper esas piezas que tú, con tanto cuidado, intentas volver a poner en su sitio.
Y siempre será un misterio esa manera en la que me miras, y me besas, y me abrazas y me cuidas y me quieres.
Pero el mayor misterio, ese que jamás resolveré, será el cómo conseguiste quererme.
El cómo me quieres sabiendo lo que me pasa, mis mayores preocupaciones, mis días malos, mi mal humor.
Cómo consigues sacarme una sonrisa cuando la necesito, incluso cuando no estás a mi lado.
Cómo conseguiste fijarte en alguien tan vacía, fría y sin sentimientos para convertirme en alguien insegura por perderte.
Pero eso no me preocupa.
Por que lo que realmente me preocupa es perderte.
Perderte a ti y después, a mí.


miércoles, 28 de mayo de 2014

Miedo.

Tengo miedo de que te enamores de otra.
Tengo miedo de que te enamores de otra que tenga unas ideas parecidas a las mías pero que no las defienda tanto como yo, o de una manera tan agresiva. De que la beses como nunca me besaste a mi y de otras mil maneras y que cuando hagáis el amor ella sea mejor de lo que yo lo fui nunca. Seguro que te enamorarás de otra que huela mejor y le hagas lo mismo que me hacías a mí, eso de esconder tu cara en mi cuello y luego morderlo, justo eso. Tengo miedo, mucho miedo de que conozcas a otra y sea una chica misteriosa, perfecta, con unas piernas largas y mejor de lo que yo fui nunca. Seguro que esa chica no te tendrá en vela porque está preocupada y tiene miedo de la vida y de lo que pueda pasar, seguro que te enamoras de ella porque esa chica no hará que te preocupes por si hace esto o aquello y no hará que te duermas con el peso de que esté mal. Siempre te escribirá de vuelta y no hará nada que luego no pueda explicarte ni llorará cuando se emborraché o se acuerde de algo que un día la dolió mucho. Seguro que ella le cae bien a tu madre y tu hermana la adorará. 
Estoy segura de que si te enamoras de otra, será más especial que yo y hará que olvides que lo nuestro también fue especial. Empezarás a olvidarte de mí y de nuestro primer beso o la primera vez que quedamos a solas, de nuestra primera canción y de las madrugadas que pasamos juntos. Olvidaras poco a poco todo, hasta olvidaras cuando fue la última vez que hablamos. Seguro que ella no se pondrá tan agresiva cuando discutís y no tendrá el carácter tan fuerte que tengo yo y yo, en un momento puntual pasaré a ser "aquella chica de ojos negros, que no se quería lo suficiente como para dejar que alguien la quisiera, aquella chica que escribía poesía y hablaba veneno porque tenía miedo del resto del mundo" seré un recuerdo en tu memoria y una palabra en tu boca y ni si quiera recordarás todas las estupideces que hicimos juntos.
Dejaré de ser importante.
Y tengo miedo, mucho miedo.

martes, 22 de abril de 2014

60.

Hubo un tiempo en el que incluso me obligaba a mí misma a escribir.
A gritar y llorar todo lo que mi garganta me desgarraba por dentro.
Pero me di cuenta que no siempre puedo gritar o llorar sobre un papel todo lo que me gustaría porque a veces, no tengo palabras para describir lo que siento.
Es un sin sentido y un vaivén como las olas del mar que acarician la orilla, yo acaricio el papel con el bolígrafo y a lo mejor, no llego nada más que a eso. A garabatear contra la hoja a lo mejor con furia y rabia y odio acumulado. Pero no me puedo obligar a mí misma. Hasta que entendí una cosa y pude darme cuenta.
Soy una persona.
Una mujer.
Y por mucha presión que la sociedad ejerza sobre la figura femenina en tantísimos aspectos soy única e irrepetible. Nadie, nunca, será como yo. Nadie tendrá esa marca que tengo debajo del lado derecho del labio, ni nadie tendrá el mismo lunar que yo. Soy una mujer. Estoy segura de encontrar de vez en cuando mi lugar en este mundo, de encontrar a la playa a la que pertenezco porque al fin y al cabo, somos como granitos de arena, tan pequeños en un mundo tan grande... y no nos damos cuenta. Pero todos y cada uno de nosotros contamos.
Y estoy aquí por algo. Y no lo sé, no entiendo muchísimas veces por qué estoy aquí o por qué el mundo es así o por qué sueño despierta o por qué no nací en otra época. Me pregunto por qué me gustan las cosas que me gustan y también por qué no encajo con otras personas de mi edad como la gran mayoría.
Y puede que el tiempo pase mientras encuentre mi sitio y sepa que definitivamente ese es mi lugar mientras dejo que el tiempo pase entre mis dedos. Mientras cruje la piedra del mechero al encender mi cigarro y asciende el humo por el aire mezclándose con el del café en un invierno frío o la espuma de la cerveza en una terraza en plena primavera.
A lo mejor me empiezo a consumir antes de que encuentre mi sitio o a lo mejor soy la pieza perdida de un puzzle, que así es como me siento muchas, demasiadas veces.
Pero soy una persona.
E igual que una estrella, igual que una partícula de polvo o un libro, tengo derecho a estar aquí y perderme entre libros y líneas de garabatos en cuadernos y cajas de tabaco y latas de cerveza.
Todos y cada uno de nosotros tenemos derecho a estar aquí, encontrando nuestro lugar.
Y somos mucho, muchísimo más que un cuerpo, somos un alma, una mente que no tiene límites, no paramos de aprender y aprender y eso es todo lo que somos.

domingo, 2 de febrero de 2014

59.-

Me gusta el café recién hecho.
Y el carmín.
Me gusta la marca que deja el carmín en la taza y me gusta la forma borrosa de los labios que deja sobre el filtro del cigarro.
Me gusta poder ir a una cafetería y poder leer, sola, me gusta estar sola e ir a tomar café sola. Acompañada solamente -si eso- de un libro.
¿Dónde quedan esas cafeterías en las que se podía uno encender su cigarro y estar tranquilamente tomando algo y leer sin que nadie te moleste? O ver pasar el tiempo y observar el segundero moverse y seguir matando el tiempo.

Carmín. Me gusta el color carmín en el borde de una taza.
Yo, a diferencia de tantas otras chicas, quiero (¡me encantaría!) conocer al amor de mi vida en una cafetería, mientras leemos, ya acostumbrados a la presencia del otro y a las casualidades de encontrarnos. Me gustaría que uno de los dos se acerque al otro y se acerque al otro y podamos empezar una conversación, no sé, lo típico de "quieres que te invité a otro café" o "Vaya, ese libro me lo leí yo hace unas semanas" sería bonito, la verdad.

Me gusta el café, y el vaho de la taza caliente y la espuma del café con leche.
Pero sobre todo, me gusta el carmín, el carmín impregnado en la taza, una tarde de noviembre, de un día lluvioso, en una cafetería cualquiera donde repentinamente, te enamoras de una taza de café y unos labios rojos. 

miércoles, 29 de enero de 2014

58.-

Me costaba dormir.
Me pesaban los párpados y puedo jurar, que hasta me costaba respirar.
Te necesitaba aquí.
Conmigo.
Tu olor o tus abrazos, yo qué sé.
Y no estabas, así que una vez más, la mejor solución era optar por tu jersey viejo que de tanto robártelo del armario se quedó en el mío.

Y con pelos de recién levantada y un recogido mal hecho, abrí la ventana y colgué de ella mis piernas, dejándolas al vacío de la noche y cerré los ojos.
Dejé que la adrenalina hiciera cosquillas por todo mi sistema nervioso, haciendo que las pulsaciones me fueran a mil por hora, igual que cuando te iba a ver y quedaban escasos 5 minutos para salir de casa y yo llegaba tarde y me ponía nerviosa y luego tú te reías y me decías que sin maquillar, estaba más guapa.
Y mentiría sino digo que pensé en saltar porque todo me sobrepasaba, pero decidí cambiar el rumbo y matarme de otra manera, quizás más dolorosa, quizás más lenta, quizás, una muerte estúpida, así que alcancé la cajetilla de emergencia y del silencio, se oyó la piedra del mechero y la luz naranja en la oscuridad de la noche.
Veía el humo blanco sobre el fondo negro y se oían mis sollozos en la lejanía.
Llovía en mi interior. Y por fuera.
El tiempo no me acompañaba hoy y la luna llena se escondía entre las nubes, iluminando de vez en cuando mi tex blanca, haciéndola aún más pálida, recorriendo con sus suaves manos llenas de nostalgia y niebla mi piel, como la nieve, fría y erizada, sumando otra vez la adrenalina de estar colgada al vacío desde un 5º piso.

Pero daba igual.
Porque al fin y al cabo estaba sola y eso, no iba a cambiar, porque lo único que nos queda son recuerdos de canciones viejas, jerseis impregnados de tu olor y lágrimas de despedida que nunca llegaran a verse fuera del reflejo de la luna una noche cualquier a las 3 de la mañana.
Porque somos eso, un puñado de recuerdos y lágrimas.
Canciones y letras.
Orgasmos fundidos en dos almas completamente diferentes, pero libres, tan libres que uno de nosotros siguió al Sol y el otro, paseaba en la cuerda floja de la Luna.

lunes, 20 de enero de 2014

57.

Tristeza.
Dicen que ese es el peor sentimiento que un ser humano puede experimentar, pero yo digo que es otro, otro completamente diferente, algo que, en ocasiones, incluso duele más, mucho más y otras, en cambio, hacen que no sepas ni como te sientes. 
¿Estaré feliz? ¿Estaré triste? ¿Qué me pasa? ¿Por qué estoy así?

Vacío.

Ese sentimiento, es vacío.
Cuando estás tan triste que no puedes ni llorar, cuando no sabes si estás feliz, triste, quieres llorar o reir o qué narices pasa. 
Ni si quiera lo sé.
Ni si quiera sé expresar la presión de mi pecho contra mis costillas ni lo que me cuesta incluso respirar.
No sé cómo explicar que el corazón me va más lento y que ni si quiera un cigarro puede calmar este "dolor" porque algo bueno, no puede ser.

Vacío.
Vacío.
Vacío.

No hay nada más.

Vacío. 

domingo, 19 de enero de 2014

56.-

Me gusta comer sola.

Me gusta comer sola y tarde y algo improvisado.
Me gusta salir un martes por la tarde de un día frío.
Me gusta tomar café en una terraza de un bar repleto de gente y que me miren preguntándose si espero o no a alguien.
Me gusta sentarme en las plazas a escribir y fumar, ver pasar a la gente, contar los coches que pasan.
Me gusta.
Me gusta pasear sin escuchar música, me gusta ir a las librerías y mirar los libros.

Me gusta mirar las casas y viajar y trasladarme a otro mundo leyendo, viendo  pelis e imaginarme como será mi vida detro de unos años.
Me gusta ir por calles pequeñas, mirando las hojas caer y también me gusta cuando empieza a chispear y las gotas me caen sobre la nariz cuando miro hacia el cielo gris.

Me gusta ir en autobús y mirar por las ventanas, mirar a la gente, ver pasar los coches, recorrer las calles vacías una noche de invierno e intentar que mis manos, entren en calor. Me gusta soplar y formar baho en los días de invierno y pasear los días de otoño. Me gusta mirar a la gente disimuladamente y leer, descansar y perder el tiempo en cafeterías.
Aunque siempre he creído que si pierdes el tiempo en cosas que te gustan, no pierdes el tiempo.

Me gusta pensar, imaginar, sonreír o llorar, yo que sé. Pero tengo que hacerlo y solo puedo hacerlo sola, bebiendo café y paseando y leyendo y fumando o riendo.

Pero sola.

sábado, 11 de enero de 2014

55.-

Ella dijo que se iría, dijo que se llevaría todo lo que fuera suyo.
Y en efecto, se fue, se llevó todas sus cosas, todo aquello que era suyo.
Todo.
Se llevó todo.
Pero no me llevó a mí.
Y yo era suya.

Y ahora espero, espero y sigo aquí, quieta, esperando que algún día vuelva.
Pero el tiempo pasa.
Y el café se enfría.
El tabaco se termina, se consume y se apaga. Dejando las cenizas del cigarro igual que tú dejaste mis cenizas.
Mi canción favorita se termina y mi libro favorito se me hace repetitivo, los versos cansan y la letra se corre mientras las lágrimas mojan aquel verso, como hacíamos nosotras en las lluvias de diciembre.
No sé.
No sé qué pasa.
No sé qué cojones hago, tampoco sé por qué no vuelves.
¿Por qué no vuelves? ¿Qué nos pasó? ¿Por qué te fuiste?
¿Por qué?

Me abandonaste y me dejaste sola, contra el mundo, sola, con mis miedos. Sola con mis inseguridades.
En cambio, tú te fuiste, a otro lado, a compartir tu café con leche en otra boca y tu cuerpo con otra alma.
Y nada es igual, porque tú, tú te has ido y yo me he quedado estancada en el recuerdo de tus labios.
En un recuerdo que duele, duele y quema. Abrasa mi pecho y escuece en mis ojos.
Y muchas veces, las dagas sólo abren más las heridas y los pensamientos me hacen sentir como si fuera una homicida.

Pero tranquila, porque sé, perfectamente, que esto jamás lo leerás, aunque yo te escribo.
Todos los días.
Y te pienso, a todas horas.

jueves, 2 de enero de 2014

54.-

Volví a pensar en ti.
Y en tu manera de fumar.
Y en cómo me echabas el humo sólo para fastidiarme.
En nuestra "última canción" que resultaban ser 20 más.
También me acordé de cómo me quitabas toda la manta mientras dormíamos juntos y cómo yo, como de costumbre, me desvelaba y te miraba mientras dormías. Tú te movías y me abrazabas. Yo me reía y me acurrucaba entre tu cuerpo, volviendo a dormir.
Volví a pensar en ti y no me dolió.
No eché de menos tus estupideces, ni tu manera de andar por la calle o reírte de mí. No eché de menos la manera en la que te reías cuando yo me pedía un café y tú te pedías una cerveza.
Tampoco eché de menos nuestras despedidas de 30 minutos o nuestros encuentros de 5 minutos por la mañana.
No me dolió recordar tus juegos de niño pequeño (aunque créeme, si lo volvieras a hacer, te volvería a empujar y te gritaría, enfadada)

Y entonces, me encendí un cigarro, dándome cuenta de una cosa. Que ya no me molestaba que no estuvieras conmigo, ya no me dolía. No me dolía escuchar ese cd que me regalaste ni leer tus cartas con planes de futuro. No me dolía mirar a mi caja de tabaco y pensar "mierda, me ha vuelto a robar varios cigarros" no me dolió escuchar nuestra canción preferida ni me acordé de tus labios al beber un botellín de cerveza. Pude escuchar a Jack White sin que vinieras a mi cabeza y querer a Thom Yorke sin tener tu presencia.

Y ahora, es gracioso, porque te escribo esto a ti, pensando en lo que hacíamos, recordando todos los pequeños detalles mientras se consume el cigarro, con una sonrisa, pensando que me llevé mejores recuerdos que malos y oh, créeme, te quiero, te sigo queriendo, pero me alegra saber que ya, no te necesito para ser feliz y que tú, me enseñaste eso.