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sábado, 11 de enero de 2014

55.-

Ella dijo que se iría, dijo que se llevaría todo lo que fuera suyo.
Y en efecto, se fue, se llevó todas sus cosas, todo aquello que era suyo.
Todo.
Se llevó todo.
Pero no me llevó a mí.
Y yo era suya.

Y ahora espero, espero y sigo aquí, quieta, esperando que algún día vuelva.
Pero el tiempo pasa.
Y el café se enfría.
El tabaco se termina, se consume y se apaga. Dejando las cenizas del cigarro igual que tú dejaste mis cenizas.
Mi canción favorita se termina y mi libro favorito se me hace repetitivo, los versos cansan y la letra se corre mientras las lágrimas mojan aquel verso, como hacíamos nosotras en las lluvias de diciembre.
No sé.
No sé qué pasa.
No sé qué cojones hago, tampoco sé por qué no vuelves.
¿Por qué no vuelves? ¿Qué nos pasó? ¿Por qué te fuiste?
¿Por qué?

Me abandonaste y me dejaste sola, contra el mundo, sola, con mis miedos. Sola con mis inseguridades.
En cambio, tú te fuiste, a otro lado, a compartir tu café con leche en otra boca y tu cuerpo con otra alma.
Y nada es igual, porque tú, tú te has ido y yo me he quedado estancada en el recuerdo de tus labios.
En un recuerdo que duele, duele y quema. Abrasa mi pecho y escuece en mis ojos.
Y muchas veces, las dagas sólo abren más las heridas y los pensamientos me hacen sentir como si fuera una homicida.

Pero tranquila, porque sé, perfectamente, que esto jamás lo leerás, aunque yo te escribo.
Todos los días.
Y te pienso, a todas horas.