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lunes, 30 de diciembre de 2013

53.-

Respirar suavemente y llenar tus pulmones de aire nuevo, de un sitio desconocido, de tu sitio preferido, de un lugar que se convierte en tu sitio preferido.

Y silencio. No oigo nada, o estoy demasiado concentrada en mí y mis sentimientos como para oir o sentir algo nuevo. No quiero. Quiero ser una persona nueva.
Año nuevo, 18 primaveras ¿Por qué primaveras? El otoño es una estación más bonita. No me gusta la primavera, me gusta el otoño, con su frío, con sus mañanas de calor y tardes de frío, perfectas para un café y un buen libro. Me gusta el otoño y su cielo, sus puestas de Sol y la manera en la que este toca mi pálida piel, por mucho que hace un par de meses intenté coger algo de color en verano.
Me gusta el otoño.
Otoño, para mí, significa independencia. Es la época en la que podré ser libre, volar, alto, como un pájaro. Tengo ganas de otoño. Tengo ganas de levantarme por las mañanas e ir desnuda por mi propia casa, sin nadie que me moleste y que mi habitación -o salón en su defecto.- estén inundados al olor de mi tabaco.
Tengo ganas de poder fumar tranquilamente en un balcón o en una azotea que dé hacia las calles de Madrid, vacías y solitarias a altas horas de la madrugada, quiero poder escuchar mi música y respirar el silencio de los pasillos vacíos en una casa que me pertenezca -o al menos durante unos meses.-

Por primera vez, quiero sueños, esperanzas y ganas de vivir, quiero ser yo sin que nadie se ponga en mi camino. Quiero poder pintar sólo con una camiseta y el cenicero lleno de colillas aplastadas llenas de pintura por mis manos sucias y quiero tumbarme en un sillón y beber té sin que mis hermanos estén gritando y peleando por el programa que echan hoy, que casualmente, echan sus favoritos en diferentes canales y a la misma hora. Quiero andar descalza por mi casa y bailar al ritmo del tocadiscos sin que mi madre me grite para que me ponga unos zapatos. Quiero poder traer a alguien a casa y lo que surja, sin preocuparme de qué pasará después.
Me gustaría viajar y perderme entre trenes entre países y entre la gente. Me gustaría irme lejos una temporada y yo que sé. Después volver. O seguir perdida.
Quiero sentir que soy yo, quiero otoño, para que mi mente y mi cuerpo, se unan finalmente, sentir que encajo y que mi piel me quiere, sentir que mi corazón, late por un motivo y ese motivo no eres tú. Quiero poder escuchar la radio en silencio o que los vecinos me griten por el patio que baje el volumen de la cadena de música.
Quiero muchas cosas y quiero poder conseguirlas.
[...]
Otoño, otoño con sus hojas caídas, con sus colores naranjas y amarillos, con sus árboles desnudos y sus lluvias de idiotas.
Otoño con su calor y otoño con su frío.
Otoño.
Me gusta el otoño. Me gusta poder ser un poco más yo.

lunes, 9 de diciembre de 2013

52.-

Traigo penas, recuerdos, sonrisas y lágrimas.
Vaya, parece el comienzo de un musical. Trataré de comenzar otra vez.
Hurgando en viejos armarios, en viejos cajones de mi memoria, me he dado cuenta de una cosa. Que necesito cambiar. Además, urgentemente. No sé. Llámame loca, pero estoy cansada de ser yo. Bueno, no de ser yo. Sino de pensar como yo. Respecto a mí. Respecto a mi cuerpo. Algo tiene que cambiar.
Yo tengo que cambiar (o mi mente, quién sabe) pero desde luego algo.
No más sentimientos nostálgicos, no más "quiero ser otra persona" y un poco más de "necesito ser yo, conocerme a fondo y que les jodan a los demás"
Sé que esto, no es lo que suelo escribir. Lo que no estáis acostumbrados a leer.
Pero quiero ver la luz al final del túnel, quiero salir de lo que parece una cueva, dónde llevo encerrada años, sin salir, con miedo a ver el exterior y enfrentarme con mis verdaderos miedos. Quiero tocar (necesito tocar) con mis propios dedos la felicidad y joder, que ya va siendo hora.
Me he parado a pensar el tiempo que he malgastado así.
Y no estoy hablando de horas.
Ni de días.
Ni de semanas.
Ni de meses.
Estoy hablando de años, de años enteros que he vivido en el odio y rencor hacia mi persona. Odiándo todo aquello que hacía o decía, odiándo mis movimientos, mi persona, mi mente. Mi cabeza. Me odiaba. Y esto es un hecho.
Y estoy cansada, porque llegas a un punto en el que no quieres, ni puedes, seguir así.
Y puede que lo haga -o puede que no, aún no lo sé.- pero ojalá, ojalá este año cambie.
Ojalá este año sea todo nuevo y empiece a entender eso que llaman "vida" poco a poco, empezando a hacer más por mi salud que por mi mente.
Muchos probablemente, no lo entendais, no me importa que no lo entendáis, simplemente, necesitaba escribirlo, para que yo, dentro de un año, cuando repase mis entradas (o cuando sea que lo vuelva a leer) sepa si realmente, he cambiado para bien o he seguido sumerguida en un pozo que no tiene fondo, cayendo como Alicia persiguiéndo al conejo blanco.

Ana, tu "yo" del futuro, te lo pide. Hazlo por ti. Por tener un futuro. Por no seguir rompiéndote. Demuestra que eres fuerte y que puedes, poco a poco. No lo harás de un día para otro, probablemente tardes semanas e incluso meses, pero poco a poco, inténtalo. Hazlo por ti. Por un futuro.

(Siento delirar tanto, pero esto es lo que creo que necesito ahora mismo)

domingo, 1 de diciembre de 2013

51.

Me gustan las habitaciones antiguas. Con ventanas antiguas de madera, blancas, con la madera saltandose y la pintura gastada. Con techos altos y puertas grandes. Con una cama y muros con fotos en blanco y negro. Incluso un pequeño balcón.
Y sobre todo, sobre todo me gusta que ese ventanal, de a la calle. Que las ramas de los árboles tapen los cristales y su sombra -y a la vez su luz.- entre a traves de las ramas, dejando las formas de las hojas pintadas en negro sobre la pared.
Es relajante. Relajante mirar hacia la ciudad, como todo el mundo va rápido, llega tarde, espera porque llegó pronto, se toma un café y tú estás ahí, observándoles, fumando en tu pequeño rincón, tu pequeño escondite a través de un rincón de la enorme ciudad, relajándote y mirando los pequeños detalles de los que no te darías cuenta si no estuvieras ahí.
Me gusta fumar sacando la mitad de mi cuerpo hacia la calle, la primera bocanada de aire fresco y no cerrar las cortinas por la noche dejando que la ténue luz del sol me acaricie por las mañanas los domingos.
Me gusta asomarme y tomar café.
Me gusta mirar  y escuchar tranquilamente mi cd favorito.
Me gusta relajarme y ver como todos tienen prisas mientras que por un momento, entre mi mezcla de sentimientos, puedo relajarme. Respirar tranquila. Sin presión. Disfrutar durante unos segundos de esa calma y tranquilidad de esta pequeña y antigua habitación con ventanas agrietadas y fotos en blanco y negro.

martes, 26 de noviembre de 2013

50.-

Café cortado sobre la mesa, gotas alrededor de la taza, dejando una suave marca. Sonaba en aquella pequeña habitación, de muebles blancos y clásicos, suavemente la banda sonora de Amelié y el olor a tabaco la inundaba entera. El negro de su pelo contrastaba con su piel, pálida, perfecta, blanca como la nieve. Sus labios rojos, como la sangre, en el borde de la taza de porcelana china y sellando el filtro del cigarro.
Música lenta, y ella, se preparaba para bailar un baile que jamás bailaría, se miraba en el espejo y dejaba que sus manos, recorrieran su cuerpo como si fueran las de otra persona, mientras se probaba aquel vestido y sonaba el viejo violín del cd.
Soñaba con recorrer el mundo, con su cámara, con él, sacando fotos hasta a la más mínima y pequeña flor que se encontrara por su camino. París, Berlín, Roma, Grecia, Sicilia, Barcelona, Monaco, Rusia, Japón, China, todo, lo quería todo, en cambio, aquella chica de ojos negros y piel blanca lo que realmente quería –y jamás tendría.- sería un baile con aquel chico de ojos verdes y rizos en los años 50, nunca bailaría un último vals, con un cigarro entre los dientes como las actrices de Hollywood, nunca le quitaría los primeros botones de la camisa ni le abrocharía la corbata antes de salir a pasear por el París de los años 20. No le vería mientras dormía ni uniría los lunares de su espalda. Y eso es algo que jamás superó. No poder tenerlo, volver a tenerlo. Así que delante de ese mismo espejo y ese mismo viejo violín, decidió bailar su último vals acompañada de los brazos de la muerte

viernes, 22 de noviembre de 2013

49.-

Estoy triste.
No sé que me pasa.
Sólo sé que estoy triste -y no tengo ganas de nada-
Sólo quiero llorar y desaparecer. No sé.
No es tu culpa, sólo la mía. Y de mi cabeza.
Intento sacar lo mejor de mí
Pero no llego
Y no puedo salir de aquí.
El mundo me traga mientras el aire...
El aire me ahoga.
No sé, sólo sé que estoy triste.
Ni si quiera tengo una razón.
Ni una sola.
Antes era mi cabeza.
Después mi cuerpo.
Finalmente las cicatrices.
¿Pero ahora?
Ahora creo que es todo.
Ahora, creo que es nada.
Ahora creo que es vacío.
Quiero salir y no puedo.
Quiero reir y sólo lloro.
Quiero vivir, pero he muerto.
No sé. Sólo sé que estoy triste.
Y por ti, oh mi amor, sólo por ti quiero salir.
Pero salir es tan difícil que prefiero no vivir.
Siento que me han consumido,
Que me han robado cada aliento de mi alma.

sábado, 16 de noviembre de 2013

48.-

Me gustan los días grises.
Y su manera de entenderme.
Me gustan los rayos -en el fondo- parece que el cielo está gritando.
Me gusta la lluvia, no sé. Da la sensación de que el cielo también llora, que también se siente solo de vez en cuando, que a veces, mira a su alrededor y no encuentra a nadie igual que él. Que sí, están las nubes, está el Sol, está la Luna. Pero cielo sólo hay uno.
Me gusta cuando el cielo coincide conmigo y se vuelve gris, oscuro, casi negro o los atardeceres de invierno y los tonos morados que tiene.
A veces, tengo la sensación de que el cielo envidia el romance entre la Luna y el Sol, el Sol escondiéndose todos los días, jugando a atrapar a la Luna y nunca alcanzándola. La Luna bañando el mar y el Sol llenando las montañas.
A veces, el cielo se sentirá sólo. No tiene ningún amor. Sólo almas perdidas que le miran y le comprenden.
Porque el cielo, también llora y grita.
Igual que yo cuando no te tengo a ti, igual que yo cuando te persigo y no te encuentro. Igual que yo cuando te fuiste y no volviste.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Parte I.

Cierra los ojos y suspira, mueve su cuello, de un lado a otro, haciéndolo crujir y mueve los dedos, abriéndo y cerrando las manos, para después, estirar sus brazos, balanceándolos lentamente de arriba abajo y de izquierda a derecha.
Abre lentamente los ojos y vuelve a suspirar. En su mente se puede oir como hace una cuenta atrás y en su pecho, los latidos a alta velocidad de su corazón, a punto de salirse de éste.
Cierra los ojos y vuelve a contar. 3, 2, 1. 
Y entonces, se abre el telón y deja a la vista el gran anfieteatro, vuelve a respirar profundamente y sale de la izquierda del escenario, paso a paso, lentamente, como si se fuera a romper en algún momento. Se estira el bajo del vestido, nerviosa y poco acostumbrada a no llevar pantalones y ahueca su pelo, con cuidado en todo momento de no caerse con los tacones (que estaban siendo una real tortura para sus pies hechos a sus viejos y desgastados zapatos)o de tropezar con algún desafortunado tablón de madera barnizado.

Recordando las palabras que su profesor le había dicho durante años, se para frente a la banqueta de aquel imponente piano de cola negro y saluda al público, para después acercar el asiento, abrir el instrumento e inspeccionar las teclas antes de sentir sus largos dedos sobre las suaves teclas, dejando que así (y de la única manera que conocía) sus problemas se desvanecieran entre el final de aquellas obras maestras de Beethoven y Mozart y dejaran de retumbar en su cabeza gracias a los aplausos ensordecedores del público.

Y de nuevo, silencio. 
Silencio entre los aplausos. Silencio entre las sirenas de la calle de al lado bajando a 120 por hora y saltándose algún que otro semáforo. Silencio en el escenario. 
Silencio mientras un grito se ahogaba en su garganta y se manifestaba con un par de lágrimas sobre su rostro de marfil blanco, ojos negros y labios rojos.
Saluda de vuelta al público y antes de quererlo, sus pies ya habían empezado a avanzar, evitando en todo momento que sus pies torpes se tropezaran entre ellos y antes de que se le nublara -más- la vista, volvió a escabullirse detrás de esa cortina roja al final del escenario, metiéndose en una pequeña habitación dónde alguien había tenido el "detalle" de poner su nombre en perfecta cursiva. 

Luz ténue, una pequeña ventanam un espejo y una mesa, con su respectiva silla. Un minúsculo armario que ahora estaba lleno de sus pertenencias y algún que otro cuadro, era lo único que había en esa habitación.
Abre el armario y descuelga sus vaqueros, rotos por todos lados, el jersey, ancho y casi más grande que ella, una camiseta de su grupo de rock favorito y sus zapatillas de imitación barata (demasiado barata) de converse. Deja el bulto de ropa sobre la mesa y saca una toallita desmaquillante de su mochila, casi más vieja que sus vaqueros, y empieza a quitarse los pegotes de maquillaje negro que ese grito ensordecedor atado a su garganta, había provocado. Se quita las ojeras y a continuación, desabrocha su vestido, negro como el azabache, dejando que resbalara por su cuerpo, rozando con delicadeza cada una de sus curvas. De un tirón se quita los horribles zapatos y antes de lo que jamás habría imaginado, se viste con una rapidez digna de admirar. 
Pasa sus largos dedos por su corta melena y lo mueve de un lado a otro, se rasca la oreja izquierda y de un movimiento, saca su barra de labios roja, remarcándo sus labios y quitándose un poco de la comisura, frota una vez más sus ojos, haciendo que un poco del resto de maquillaje, se quedara bajo su párpado, haciendo sombra. 

Busca el paquete de tabaco, lo mete en el bolsillo y recoge el vestido del suelo, metiéndolo en la mochilla a presión junto a los tacones. Cierra la puerta y arranza su nombre de aquel molesto cartel en cursiva, recibiendo una mirada de odio por parte de la administradora -probablemente, la encargada de haber puesto ese cartel ahí- pero no le importaba. No ho. Ahora miso, no le importaba nada, ni nadie.
Sólo quería salir de ahí lo antes posible y como fuera. No quería juntarse con el montón de gente de etiqueta, con sus largos y caros trajes de noche que solo se pondrían para esa ocasión, no le apetecía que le dijeran lo mucho que les gustó su interpretación o lo bien que le quedaba el vestido, lo mucho que estilizaban sus piernas o lo guapa que estaba con ese cambio tan radical de pelo. Tampoco quería oír que tocaba el piano igual que su padre.
Sobretodo eso, sabía que si se quedaba, todo el mundo hablaría de su padre, de lo bien que tocaba el piano y de lo mucho que se parecía a él.
"Hijo de puta" era lo único que ella podía pensar. 

Encuentra la puerta de atrás y sale, con el cigarro ya en la boca y el mechero en su mano, prendiéndolo y aspirando todo el aire que sus pulmones le permitieran. 
Cualquiera diría que acababa de salir de un recital, o mejor dicho, del mejor recital que la ciudad ofrecía.
Callejeó hasta encontrarse a solas, sólo ella, con un viejo, frío y grafiteado muro de un callejón sin salida. Aunque para qué engañarse, si nunca estaba sola.
Su cabeza gritaba y rebobinaba una y otra vez su pasado. Sus risas. Sus palizas. Sus gritos. Sus lágrimas. Sus borracheras o sus noches ebrias frente a la chimenea con el piano de fondo, sonando melódicamente mientras que la madera y el periódico del día anterior ardían entre las llamas.
Porque si de algo estaba segura aquella chica de rostro de marfil, ojos negros y labios rojos, era que de su pasado, jamás se podría librar, nunca podría huir de ello. Por mucho que lo intentara, jamás lo lograría, los gritos taladrando su cabeza y los recuerdos apuñalando su pecho, jamás cesarían.

Así que una vez más, con las piernas temblando, asustada y desfallecida, sus rodillas no aguantaron la presión de su cuerpo y cayó en el frío suelo, mientras que la lluvia acompañaban la nostalgia de sus recuerdos y la soledad de su llanto, hasta conseguir calarla completamente, hasta los huesos, intentando ahogarla entre su memoria.

martes, 5 de noviembre de 2013

47.-

Noto como el frío llega a mis huesos y las hojas crujen bajo mis pies, me escondo entre la bufanda y subo hasta mi casa. 
Lo primero que escucho (aparte de la madera fría gruñiendo bajo mis pies) es la vieja radio sintonizando una emisora que casi nadie escucha. Lo siguiente al sonido de aquella melodía es el olor al café, frío, de hace dos días.
No sé, creo que aún te espero. Aún tengo la esperanza de que vuelvas.
Aún espero que vuelvas y que me abraces en los días fríos y que me apartes entre risas en los días de calor.
Aún me recuesto esperando poder oir tu voz dándome las buenas noches y acurrucarme entre tus brazos, ya que ahora no quepo en tu tripa como solía hacer cuando era pequeña, y me des un beso después de contarme tu día. 
Aún espero tantas cosas que quise vivir contigo y no pudimos que me desespero. Noto como estas cuatro paredes se encogen y me aplastan, noto como me falta el aire o me desvelo después de una pesadilla y tú... tú no estás ahí para ayudarme, para consolarme, para quitar mis lágrimas y matar monstruos por mí.
Aunque ahora que lo pienso, nunca estuviste.
Y yo siempre esperé que estuvieras. 

lunes, 28 de octubre de 2013

46.-

A veces duele.
Más de lo normal.
Más de lo que te gustaría.
Y escuece, como las lágrimas que no puedes llorar. Y desgarra, como el grito que no puedes gritar.
Tiemblas, tu cuerpo entero tiembla y te replanteas tu vida ¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Por qué estoy pasando por esto?
Luego miras a tu alrededor y ves a la gente feliz, rodeada de otra gente feliz también, riéndose a carcajadas y vuelves a mirarte. Pensando qué estás haciendo mal, por qué tú no puedes estar así.
Y después la gente empieza a rodearte, pero tu vacío incrementa. Poco a poco, se hace más grande y duele. Mucho. Ni si quiera sabes porqué te sientes vacío, si es un conjunto de todo por lo que has pasado o qué.
Pero da igual, dejó de importar hace mucho -mucho- tiempo. Ahora... ahora sólo sabes que te sientes vacío.
Te sientes vacío y no te reconoces, ni si quiera al mirarte en tu propio reflejo.
Y la gente se ríe ¿Y sabes qué? Crees que se ríen de ti. Y duele, otra puñalada más.
Y al final no serás tú el que se mate (entre otros, porque no estás muerto. Pero tampoco estás vivo) serán ellos, tus demonios, sus risas, sus gritos aterradores en tu cabeza y desgarradores en tu garganta que no les dejan salir.
Y tú, finalmente, dejarás que el agua te ahogue entre sus olas, dejarás que el aire te asfixie, dejarás, que finalmente, poco a poco, tu corazón deje de latir (si es que aún no lo ha hecho)

miércoles, 23 de octubre de 2013

45.-

Va a ser verdad eso.
Que nadie sabe lo que siento.
O lo que pienso.
Y solo lo saben (o se hacen una idea) cuando escribo sobre algo acerca, similar o parecido a lo que siento.
Pero no creo que ni aún leyéndo estas líneas de mierda, sepan lo que siento. No creo que se hagan una mínima idea de lo que siento, porque jamás serían capaces de imaginar semejante dolor.
Como si te acuchillaran el pecho o te taparan la nariz dejándote sin respiración.
Como si te cortaran las venas y la sangre dejara de circular por tu interior.
Así me siento yo.
Incomprendida.
Sola.
Vacía.
Odio, mucho odio e impotencia. En cantidades industriales.
Y me siento mal, pero tranquilo, no es tu culpa, ni la de nadie. Sólo mía y es lo que me jode. Que sea yo la única culpable de hacer que me sienta así.
Ahora mismo, parece que mis recuerdos están borrosos entre tabaco y hojas sucias llenas de maquillaje negro que ha ido recorriendo mi cara hasta caer dónde intentaba escribir como me sentía ¿Y sabes que escribí? Nada. Porque si realmente quiero que entiendas como me siento, escribiría eso, nada.
Sería un folio en blanco lleno de pegotes negros, una cara con el maquillaje corrido y unos labios rojos. Una colilla en la calle abandonada y quemada con el resto del pintalabios o una canción de esas que dicen lo que tú no te atreves a decir.
También podría ser un folio arrugado, lleno de garabatos y un poco roto por la fuerza del boli.
También podría ser algo, pero el caso es que no soy nada.
Nada de lo que quiero ser, nada de lo que quise ser. Nada de lo que puedo ser, porque antes de llegar se me corta el aire, me paro y no puedo seguir. Me duele y me rindo.
Y empiezo otra vez y así siempre. Día tras día.
No sé como continuar y a veces, ni si quiera sé a dónde quiero llegar. Ojos rojos como estrellas y la garganta ardiendo. Pero después de tanto tiempo vagando sin saber una dirección, te cansas. No sabes que hacer, como seguir o qué dirección tomar.
No lo sabes.
Y te rindes.
Y un día, se hace definitivo "Me rindo, aquí llega mi fin. Mi destrucción"
Y a veces incluso duele menos, ya sabes. Sólo me duele cuando el corazón late.

sábado, 19 de octubre de 2013

44.

Murmullos. Sólo oyes eso. Y una vez que corres, te acostumbras a estar asustado. Por todo, por nada, por lo general. Porque sí.
Te da miedo todo, la felicidad, la tristeza, la gente, la compañía, la soledad… no puedes con ello. Te da miedo la vida, te da miedo la muerte, vives asustado de vivir y piensas en el miedo que tienes a la muerte.
Y duele. Pero llega un punto en el que casi, no lo notas. O duele tanto que te acostumbras. Es un murmullo, de fondo, lejos, muy lejos en tu cabeza, pero a veces grita. Grita y es como si alguien hubiera subido el volumen al máximo y no lo puedes bajar. Y te mata, te destroza lentamente y grita, grita y chilla como si tus demonios te estuvieran atormentando, pisas el propio infierno y no te quemas, porque ya estás quemado. Y lo sientes, realmente lo sientes y sientes no poder sentir lo que deberías sentir. Dolor. No sientes eso porque ya estás acostumbrado. Y eso, duele más.
Y otra vez hay ruido, mucho más ruido. Y nunca dejas de escucharlo. Nunca.
Vives en una pesadilla, pero nunca estás dormido. Vives en vela, esperando que pase algo que nunca pasa, vives esperando a algo que jamás vendrá.
Y poco a poco, las horas pasan, los días, las semanas y los meses, haciéndose eterno y te preguntas mil veces diarias que cuando conseguirás acabar con todo esto, con esas voces que gritan y te llevan a tu propio infierno. Te planteas morir, ya que sabes que por fin, podrías descansar pero nunca tendrás esa certeza y simplemente la fantaseas. Te planteas el fin, el comienzo del fin y un nuevo comienzo. El dolor ya casi no se nota, solo te derrumbas, como si alguien rompiera tus paredes y altos muros que has construido a tu alrededor para evitar el exterior. Y de nuevo gritan.
Y te atormentan.
Y duelen.
Y a veces (siempre) tienes que vivir con ellos como si nada. Como si sólo hubiera silencio. Como si sólo hubiera vacío.
Y crees que conoces la muerte, pero en realidad no. No hasta que te enfrentas con ella, cara a cara y puedes tocarla con la yema de tus dedos. Luego, se pone debajo de tus dedos y empieza a vivir dentro de ti, y te acostumbras…
Pero no hay absolutamente nada que puedas hacer.
Nada.

¿Y sabes qué es lo peor? Que a nadie le importa si mueres, porque ya estás muerto. 

lunes, 7 de octubre de 2013

43.

Supongo que muchas veces no cuenta nada porque el dolor que siento, no se puede expresar con palabras. No me culpes, yo quiero contártelo, igual que te cuento todo lo demás, pero no puedo.
Lo intento, igual que intento rimar palabras y acaban sin sentido, igual que intento muchas cosas y fracaso. A veces, quiero soltarlo, gritarle al mundo lo que siento, pero me da la sensación de que una cuerda se atara a mi cuello, como si me fueran a ahorcar. Me da la sensación que me he tragado mil cuchillas y estas, me desgarran la garganta, pidiendo por favor que eso pare, pero nada para. Y todo avanza. Y al avanzar empeora.
Pero por mucho que me duela, pretendo que todo va bien. Y me río, y sonrío. Y hago bromas y digo gilipolleces, pero todo se termina cuando alguien pregunta cómo estás o qué te pasa. Pero la verdad es que no entienden que es difícil, que hay cosas tan grandes que las palabras no llegan, que pensar lo que te pasa, te destruye, que fingir estar bien, te cansa. Y te cansa tanto que no sigues, que no puedes seguir y no es que seas vago, es que no puedes moverte, no tienes fuerza y dejarías que la vida te arrastrara y te arroyará, te atropellara entre las agujas del reloj. No es que estés cansado, es que no tienes ni si quiera una motivación por la que seguir y ni si quiera el reloj de arena se resbala entre tus dedos y te preguntas una y otra y otra vez por qué te ha tenido que tocar vivir esta vida, por qué. Y no le encuentras una solución,no ves ninguna luz al final del túnel que te ayude a salir y por muchas manos a las que quieras aferrarte para levantarte, no puedes. Todo te pesa demasiado como para ser cogido por alguien.

No sé. Esto carecerá de sentirdo, porque como ya he dicho, no puedo ponerle palabras al "¿Cómo estás, Ana?"

jueves, 3 de octubre de 2013

42.

La vida vuela.
Y los sentimientos pasan.
Y el tiempo corre.
Los cigarros se consumen en ceniza y el café se enfría. Los libros se acaban y tu canción favorita se termina.
Pero tú no. Tú estás ahí. Como una espina clavada en mi cabeza, o en mi corazón, no lo sé. Pero dueles, dueles tanto que a veces no siento nada más. A veces me duele tanto que no siento absolutamente nada.
Tus recuerdos, tu sonrisa. Tu manera de preparar el café por la mañana y el olor de tostadas con mantequilla. Tu manera de despertarme y abrazarme hasta que pasaran las 12 y hasta que me durmiera las noches en las que tenía pesadillas. 
Eras tú. Mi todo. Mi mundo y un día... un día sin más, te fuiste. Y te llevaste mi inocencia contigo, te llevaste mi corazón y arrasaste con todo lo que había conocido hasta ese momento.
Y aquí estoy aún, después de tantos años, esperando. Y espero, espero y sigo esperando. Quieta, en el sillón en el que te solías sentar, viendo los programas que me tragaba por ti, viendo y haciendo todo aquello que a ti te gustaba, como si me torturara a mí misma. Escucho los viejos CDs que te dejaste en el desván y veo nuestras fotos, una y otra y otra vez. Nunca me canso. Y siempre recuerdo, recuerdo hasta que siento que muero un poco más por dentro. 
Ahora he crecido y han pasado los años y mírame, sigo esperándote. Ahora tomo café y también fumo, me recuerda a ti, supongo. Pero el problema, es que ya no estás. Sigues sin venir y se me enfría el café, se me consumen las cajetillas de tabaco y ya no me despiertas a diario, ni te espero hasta que me duerma, ya no me das besos de buenas noches ni abrazos de buenos días. Tampoco llamas, jamás, parece que te has olvidado de mí y de todo lo que pasó, todos tus "te quiero" ya no están. También te los llevaste. 
Muchas veces, miro el teléfono, esperando (siempre sin respuesta) un mensaje tuyo. Una llamada. Una señal, algo. Lo que sea. Siempre queda esa espina ahí guardada, muy muy dentro de mí, que sigue queriendo saber algo de ti. 
¿Sabes? Desde que te fuiste, no soy la misma. Me obligaste a crecer y así lo hice, demasiado pronto, para el punto de vista de mamá y de César, pero es lo que me tocó. 
Te diré una cosa, la última. Echo de menos el olor de tu pipa los domingos y el olor de la chimenea y madera quemada cuando íbamos a la Sierra. 
Ojalá desapareciera todo, ojalá se lo llevaran y volvieras tú. Pero tu yo de antes. No el que eres ahora. El que me quería y me achuchaba hasta que me durmiera, el que me quería, el que se preocupaba por mí... no sé. Ojalá volvieras algún día y vieras que ya soy una mujer, como tú siempre quisiste que fuera. Quisiste que creciera demasiado rápido y yo sólo era una niña. 
Pero vuelve, quiero que vuelvas, en el fondo (muy muy en el fondo) lo necesito, te necesito y te necesito antes de que también se lleven lo único que me queda. Las pocas ganas de vida que me quedan.
Porque me acuerdo que una vez me dijiste que la vida vuela. 
Y los sentimientos pasan.

Y el tiempo corre. Corre y jamás vuelve, nunca regresa. Y en eso, se parece a ti, porque nunca, jamás (y en el fondo lo supe desde el día que te fuiste por esa puerta) vas a volver a mi lado.

domingo, 29 de septiembre de 2013

41.

Otro invierno más a solas con mi mente. Mis mofletes queman y voy por las calles medio abandonadas de esta ciudad llamada Madrid. Llueve, pero no pasa nada. No me importa. Ya no, incluso me gusta, le he cogido el gusto, porque es exactamente igual que yo, triste y nostálgico. Parece que el tiempo también necesita llorar.
El viento, mientras tanto, revuelve mi pelo, la luz de las farolas, tenue y ligera, me recuerda a esas noches de desvelo entre café, tabaco y libros. Parece que espero a algo, pero sé que jamás llegará, por qué tampoco sé que espero realmente.
Mientras escucho Creep, de Radiohead. No sé qué tendrá esa canción quizá su estribillo y la manera que tiene de describirme, quizá la manera de transmitir todo lo que siento en solamente 4 minutos, quizá porque también necesito control, por mucho que duela y necesito tener un cuerpo y alma perfectas (o eso creo, malditos prototipos de belleza) también puede ser que necesite que alguien note que no estoy y mi ausencia, mi risa, mi forma de hablar, que le falte. Pero soy un bicho raro. Y nada ni nadie, cambiará eso.
Y entonces, parece que todo está muerto, como mis sentimientos, como el tiempo en ese viejo reloj que siempre llevo sin pilas, pero da igual porque para mí no pasa y todos los días son iguales. Y entonces, a veces, cuando es muy de noche, siento que la noche susurra, que la luna brilla y las luces tapan a las estrellas.
Pero por mucho ruido o luz que haya, yo me sentiré así. Sóla, consumiendome, igual que los cigarros entre mis labios, la ceniza en el suelo y el humo del café en el aire.

martes, 24 de septiembre de 2013

40.

Cuentos de hadas. Menuda estupidez.
Como mujer, he crecido con ellos. La generación de 1990 y sus princesas Disney, con su príncipe azul, sus hadas madrinas, sus finales felices y su vida perfecta.
Desde pequeña, me han enseñado a que habrá alguien, no se sabe dónde, ahí para mí. ¿Pero quién? No sé...
Amor, amor, amor.
¿Qué es eso? Se supone que debería tener mariosas (o eso dice) pero yo tengo abejas asesinas y para colmo, parece que soy alérgica. Si me pongo a pensar, no creo que encuentre a ese "gran amor" del que todos hablan, soy insuficiente (incluso para mí lo soy)
Además, se supone que el amor nos tiene que salvar y en realidad, es lo que acaba matándonos. Nos mata poco a poco, poro a poro, despacio y lentamente. Nos mata de tristeza, nos quita ilusiones, perdemos la esperanza y para terminar, no queremos saber nada de nadie, ni del mundo.
Pero eso no es lo que me enseñaron, aunque supongo que eso es la vida. Un puñado sueños rotos e ilusiones cortadas, destrozadas por un demoledor martillo que pega cada segundo haciendo tu vida interminable.
Amor... amor... amor. Ya me gustaría a mí saber realmente qué es eso que todos llaman "amor"

sábado, 21 de septiembre de 2013

39.-

Podríamos hablar de noches frías. Y café. Y tabaco.
Podríamos hablar de nostalgia y recuerdos ¿Por qué no? O de dolor, y de tristeza. Todo a la vez.
Tick, tack, tick, tack. No te imaginas (ni quieres saberlo) la frustación que es oir el reloj y que para ti, el tiempo no pase. Qué estás congelado en un minuto. Que no se mueve. Todo el rato ahí, estancado. Y quieres moverte, pero no puedes. Estás congelado en el recuerdo, en el segundo, en el momento en el que todo pasó.
Mataría por mover la aguja del reloj, mataría por moverme a la vez que ellas, pero es díficil, tanto que siento como el tiempo se escapa entre mis manos. Siento que el tiempo corre, igual que un río hacia el mar o que vuela igual de rápido que un ágila hacia su presa (claro está, yo soy la presa, presa del tiempo, presa del tiempo que no pasa) Ojalá pudiera moverme al compás de un reloj, olvidar con facilidad y no recordar todo lo que recuerdo, porque siento que me matan, me acribillan como en las batallas de la Segunda Guerra Mundial, me matan, me destrozan, pero lo peor es que no llegan a morir. Siguen ahí, como yo, recordándome todos los días lo que pasó, arrancándome cada minuto de vida.
Mataría... mataría por olvidar y ojalá no recordar.

domingo, 8 de septiembre de 2013

38.

'Estoy borracho'
*escribiendo*
'Yo también'
*escribiendo*
'Te echo de menos'
*escribiendo*
'Vaya, qué casualidad, yo creo que más'
*escribiendo*
'¿Qué te hace pensar que tú me echas más de menos que yo a ti?'
*escribiendo*
'Fácil, yo pienso en hablarte hasta cuando no estoy borracha, pero nunca me atrevo'
*escribiendo*
'Yo me acuerdo de ti todos los días y de esos besos dónde sólo rozábamos nuestros labios, porque otra cosa no hacíamos. Jugábamos a ver quién era capaz de besar antes al otro y nunca nos llegábamos a besar, sólo medios picos -dices entre risas, probablemente con el cubata en una mano y un cigarro en la otra, cómo te conozco.- recuerdo esa tarde en la que te sentaste encima mía a llorar y acabaste mordiéndome en el cuello o cuando empezaba a besarte yo porque según tú odias los besos en el cuello, pero tu cara no decía lo mismo.'
Y ahí es cuando yo sonrío y paro a reírme, entre algunas lágrimas, no sé si de felicidad, pena o qué. Pero acabo llorando. Porque yo no siempre estaba borracha cuando habláramos (y aunque lo estuviera, te recordaba, te recuerdo y lo peor, es que te necesito) y los recuerdos entonces, me dolían más. Duele volver a esos días en los que nos veíamos a todas horas y estábamos en el tira y afloja, duele que todo el mundo creyera que estábamos juntos y lo que decían de 'Joder, has conseguido que ella sea feliz' ¿Pero sabes que duele más? me duele mucho más ser tan idiota de volver, de volver a ti y a tus brazos, a ti y a nuestras conversaciones, a ti y a nuestras tardes y recuerdos y a esos lugares dónde nos quedabamos como si realmente estuvieramos enamorados. Aún me acuerdo de tu sonrisa al verme por primera vez con el pelo corto y después, cuando volví a cortármelo. Aún recuerdo como me reconociste sólo por lo que te habían contado de mí aunque nunca nos habíamos visto en persona y lo pesado que te pusiste para que quedara un día contigo a solas. Aún recuerdo como me cogías cada vez que nos veíamos, aún recuerdo... recuerdo todo. Y es lo que me duele. 
¿Por qué ahora que somos?
Lo único que somos es cobardes, nos separamos, no quisimos nada (aunque lo queríamos todo) y ahora... ahora somos las confesiones de las noches de nostalgia y borracheras.

sábado, 7 de septiembre de 2013

37.-

Subo la mirada y sigue ahí. La taza de café frío entre mis labios, entre mis manos. El cigarro en el pobre y viejo cenicero que me regalaron, de Suiza, creo. No me acuerdo. No lo sé. Aunque en realidad ya no es ni cigarro, es ceniza, un cigarro que nunca llego a mis labios más de tres veces, aunque como de costumbre, entre caladas largas. Caladas largas y sorbos de café fríos, igual que tus labios, igual que tus besos, igual que tus abrazos cuando te fuiste o igual que ese lado inhabitado de mi cama en el que solías estar todas las tardes. Creía que eras el único, el adecuado para mí. Contigo era capaz de hacer de los silencios lo más agradable que podía llegar a ser algo tan incómodo y vacío como el silencio. Contigo era capaz de pararme a leer mientras tú tocabas el bajo o la guitarra acústica, ay, cómo me gustaban esas tardes (y como las echo de menos...) ¿Pero ahora qué? En tu lugar hay una almohada, por lo menos, sirve para abrazarme a ella y también, en acasiones nostálgicas cuando el tabaco y el papel me fallan, para llorar. ¿Sabes? Aún hay cajas vacías, como si habláramos de nuestros recuerdos, ahora escasos, porque duelen como puñales.
Y estoy aquí, como siempre, bueno, esta vez sin moño, ni con mechones castaños recorriendo mi cara revoltosos sin agarrarse en el moño, miento, no es igual, no estás tú, ni tu cigarro en mi cenicero, ni tu taza de café caliente cargado con 2 cucharadas de azúcar o un hielo en verano.
Tampoco suena ese CD que me regalaste con una mezcla entre Alabama Shakes, The White Stripes, The Kills, Amy Winehouse o Artic Monkeys entre otros.
Ahora suena Submarine, ya sabes lo que me gusta el libro, y la película, aunque ya no la veo. Me recuerda a ti.
Igual que todo.

sábado, 24 de agosto de 2013

36.-

(Abro la cajetilla, medio vacía, vaya, que rápido se termina esta mierda. Cojo un cigarro y lo pongo sobre mis labios, lo enciendo y lentamente, noto como el humo invade mi cuerpo. La cafetera italiana que tanto me gustaba, termina el café y entre el humo del tabaco y el vapor del café, me sirvo una taza. Me apoyo sobre la encimera y me pongo a pensar.)
¿Por qué? ¿Por qué los cigarros son melancolía acompañados de café?
Me gustaría saber porqué me identifico con la ceniza o el humo del café, para mí con leche (que para sabores amargos en boca, ya te tengo a ti)
Puede que sea eso, el humo sube, se va, se esfuma y desaparece, igual que hicistes tú tantas veces, mientras que el cigarro se consume, se apaga, como los recuerdos, como el tiempo, como yo.
Quizás por eso me siento identificada, porque al final te olvido, como ese café con tabaco, en una de tus camisetas, metida en aquel conjunto de ropa interior que tanto te gustaba y yo... yo me consumo, como el cigarro entre mis labios, como me consumía yo entre tus labios.

martes, 16 de julio de 2013

35.-

Un trago, y después otro, y otro más. Un chupito. Un cigarro. Expulso el aire y me apoyo en la encimera de mi cocina. Vuelvo a llenar el vaso, bebo, trago, aspiro y expulso el humo. Y así repetidas veces, repetidas veces como todo, como los recuerdos, como las lágrimas ‘joder, hijas de puta ¿Alguna vez dejaréis de caer de mis ojos? ¿Podéis parar?’ era mi pensamiento principal todo el día, a todas horas. Siempre el mismo.
El odio, la ira, la mierda aumentaba y con aquellos sentimientos las ganas de acabar con todo. Con tu recuerdo, con mi pensamiento, con mi memoria, con mi cabeza… todo. ¿Sabes lo único que acababa? Yo. Acababa yo. Por esa puta mierda de memoria, irónico. Quiero olvidar algo y lo recuerdo y viceversa.

Joder, estoy harta. Que ya no soy la misma, no soy esa que conociste ni esa de la que hablabas tan bien. No soy esa de tus recuerdos ni esa que el resto del mundo conocía. Soy esa chica que de vez en cuando estaba triste, o se dejaba ver triste, mejor dicho, porque triste estaba siempre. Soy esa 24 horas al día. 7 días a la semana. Fingiendo 365 días al año. ¿No te lo esperabas, verdad? Tranquilo, yo tampoco me esperaba el fin de esta manera. 

sábado, 13 de julio de 2013

Queridos desordenes de alimentación, queridas Ana y Mía.

Antes de pasar de esto, por favor, leedlo. No es algo de lo que escriba normalmente, pero por favor, no perdéis nada, ni 5 minutos leyéndolo, pero si estáis así podéis salvar vuestra vida. Necesito que leáis esto, que mis seguidores y los que no me siguen, sepan que es esto, lo necesitais saber. Necesitais saberlo, tenéis el derecho a saber lo que se siente, por lo que se pasa. No merecéis morir, ni estar enfermos, ni sentir que estáis jodidamente locos. Sois geniales y ni la anorexia ni la bulimia, son la solución de NADA.

Ana, Mía, más conocidas como anorexia y bulimia.
No sois perfectas, no nos dais perfección, ni a mí ni a nadie. Nunca nos las daréis. Nos matáis, de dentro hacia fuera.
Pasa el tiempo y te vas quedando sin pelo, se te rompe, se te jode completamente, no puedes hacer nada. Tus dientes se empiezan a romper, empiezas a tener ese color amarillento y por mucho que te los laves, no podrás hacer nada, porque sabes que la pasta de dientes, empeorará tu salud por dentro debido al bicarbonato. Empezarás a no poder beber cosas frías, pero tampoco calientes, no podrás comer comida dura ni crujiente. Tu boca se joderá completamente. Tu estómago te dolerá, tendrás retortijones todo el puto día y no podrás ni moverte ni retener comida, por no mencionar lo jodido que estarán todos tus organos.

¿Queréis perfección? ¿Queréis que los chicos se fijen en vosotras? ¿Queréis ser preciosas, guapas, tener un buen cuerpo? Así no lo vais a conseguir. No lo haréis. Iréis cada vez más y más lejos, pero más lejos de la perfección. Nadie querrá estar muy cerca ¿Sabes por qué? Porqué olerás a vomito, a sangre, ni si quiera querrás estar cerca de nadie. Te sentirás cada vez peor, pero peor por haber empezado con esta mierda.

¿Perfección? No. Así no se consigue la perfección, no lo conseguiras por mucho que lo intentes. Cicatrices, moratones... no querrás salir, no querrás estar con nadie. Te negarás a salir, te aislaras de ti, de todo, de todos. ¿De verdad quieres esto? ¿De verdad quieres empezar en esta mierda?
Yo os daría mi sensación diaria de sentirme como una real mierda por una 'buena vida' o por lo menos una mejor.
No necesitais que las piernas no se te junten ni que se te marquen las costillas, no necesitas que se te marquen los huesos de la cadera ni que se te marquen las clavículas. No necesitas ser delgado para ser perfecto. Sé como eres, y si quieres adelgazar, ve a un nutricionista y al gimnasio, ve a un profesional y que él te aconseje. Él y nadie más porque nadie sabrá mejor que un especialista lo que te viene bien y mal para tu salud, pero lo que sabemos todos es que los desórdenes alimenticios no son sanos. Ni para ti, lector, ni para nadie.

Por favor, si no lo quieres hacer por ti, hazlo por los demás, porque de todo se sale, de todo. Y algún día, en un par de años si estás sufriendo esto, lo odiarás, odiarás haber pasado por esto y si paras ahora, estarás mucho mejor y tu cuerpo lo agradecerá. No te pido que me hagas caso, sólo que te plantees si viene bien o si dentro de unos años, te 'gustará' haber pasado por estos trastornos.
Sé lo difícil que es gustarte y verte bien, pero con esfuerzo, con ganas, algún día, hoy no, ni mañana, ni dentro de unas semanas, habrás salido, pero probablemente, sí que lo habrás hecho con ucho esfuerzo y ganas de salir. Por favor, hazlo, habla con un especialista, habla con alguien cercano, habla con alguien que te pueda ayudar, pero hazlo.

@n0sense_

miércoles, 10 de julio de 2013

34.-

A veces me pregunto qué habría sido de mí, sin ti. Supongo que me habría ido mejor, siempre me iba mejor. No habría tantas lágrimas, ni tanta rabia. Ni tanto odio ni ningún tipo de ira. Era yo. Solamente yo, yo y mis pensamientos, yo y mi famosa manera de perder el tiempo. Yo perdida en mi cabeza, pero era yo. Entonces, un día, llegaste tú. Tú y esa sonrisa, oh joder que sonrisa. Me perdía entre tus ojos, azules, como el cielo. Podría decir como el mar, pero ya sabes que no soy de playa. Me gustaban nuestros silencios, esos en los que no había nada, no pasaba nada, simplemente, silencio. No eran incómodos y eso también me gustaba. Me hacías sentir mejor y ese fue mi fallo, que confié en ti y después... después te fuiste. Entonces empezaron los silencios, silencios incómodos, silencios en los que sólo había sollozos ahogados, silencios aburridos, llenos de terror, recordándome todos mis miedos, temores, todo lo que de una puta vez, había conseguido olvidar. Pero fue mejor estamparme contra la realidad, otra vez. ¿Sabes por qué eran silencios? Porque mi boca no se atrevía a hablar, no gritaba, era incapaz de pedir ayuda. Se me desgarraba la garganta, igual que cada vez que te siento o cada vez que te pienso, pero oh, mis ojos no sabes como gritaban ayuda. No paraban de chillar todo lo que mi garganta desgarraba, todo lo que no podía salir, todos los demonios que había en mi interior eran reflejados por mis ojos, pero dime ¿quién se fijaría en el dolor de unos ojos si todos confíaban en mi puta sonrisa? ¿Quién? Tú lo hacías. Tú me conocías. Tú podías saber que me pasaba aún cuando rodeada de gente, yo sonreía. Tú, tú, tú... siempre tú. Te odio, joder te odio.

sábado, 29 de junio de 2013

33.-

Siempre huyes, pero vaya, nunca llegas a ningún sitio. Sentimientos, gente, algo o alguien. De ti mismo, de mí, de todo. Pero nunca llegas a ningún lugar en concreto. Nunca. Nada.
Lo único que tienes es vacío. Cierras los ojos, un, dos, tres. Cuentas, despacio y los vuelves a abrir. ¿Qué hay? No hay nada nuevo 'joder' 
Mis días, prácticamente se resumen en beber té e intentar borrar recuerdos. Otra ironía, sólo recuerdo las cosas malas, no sé porqué. ¿Acaso no ha habido cosas buenas en mi vida? Bueno, no creo, supongo que si hubiera habido algo bueno, me acordaría, porque para mi desgracia, tengo bastante buena memoria. 'Joder'
Si sólo... si sólo pudiera volver atrás, un par de meses, yo que sé, podría esperar cualquier otra cosa de mí. Actos, pensamientos, no sé. Cualquier cosa, pero me gustaría... me gustaría evitar mi yo de hoy en día. 

lunes, 17 de junio de 2013

32.-

Recuerdos. No se oía más. No había nada más. Sólo recuerdos, jodida mierda ¿Verdad?
'No echas de menos a las personas, echas de menos el recuerdo' Yo ya no sé que echo de menos, a lo mejor las tardes en el parqué tumbados en el césped viendo pasar las nubes o las tardes en las cafeterías entre el humo de un cigarro y café cortado, para ti, con leche para mí.
Puede que eche de menos esos momentos en los que simplemente, criticábamos la música, tan distinta la tuya de la mía. Puede que simplemente eche de menos andar por tu casa en bragas con tus camisetas y robarte el cigarro de tus labios.
Tardes de rabia, tardes de lucha, tardes de 'no te quiero ni ver, joder' ojalá supiera cómo parar esto ¿Sabes? tus recuerdos, tu sonrisa de mi cabeza, tus ojos de mi vista, pero no puedo. Siempre tú. Tú y tu risa. Tú y tu sonrisa. Tú y tus putadas. Tú y tus besos.

lunes, 27 de mayo de 2013

31.-

Suspiro, muevo el cuello, de un lado a otro, haciendo que cruja. Las altas horas de la madrugada de ese sábado frío, no me importaban, estaba cansada, pero no podía dormir. Alcancé la botella de Jim Beam que guardaba en la mesita y tomé un trago, dejando que el alcohol del viejo Whisky quemara en mi garganta. Con una simple camiseta ancha, cortada por el cuello en la que se revelaba mi hombro, salí al balcón, pesé al manto de lluvia que caía, con la botella en la mano, sin abandonarla ni un segundo. Me subí en la ancha piedra de la barandilla y dejé que una de mis piernas colgaran al vacío. Suspiro, cierro los ojos, apoyo mi cabeza contra la fría pared y vuelvo a beber. Trago tras trago, recuerdo tras recuerdo, todo se perdía. Tanto la felicidad, como el dolor. Estaba en pausa, completamente, no sentía nada y eso, me aliviava. Aunque a veces, voces gritaban y chocaban contra mi cabeza. Mi puta cabeza. Reí para mis adentros y volví a tomar. Qué ironía, lo que pensé un día que siempre estaría a mi lado, ahora, era lo que menos deseaba tener, el 'ojalá nunca te hubiera conocido' Debería tener un poco más de confianza, sí, seguro que era eso.
Pero ya no puedo más, no, por lo menos no entre estas cuatro paredes. Corazón en garganta, sentimientos a flor de piel. Entonces... ¿Qué pasa entonces?

sábado, 25 de mayo de 2013

30.-

Mi vida empezó aquel día. Más bien, aquella noche, entre suspiros ahogados y prisas, entre rinconces escondidos y risas, entre lugares que no conocía y a la vez, entre aquellos rincones de tu piel que tan bien conocía, que tanto me gustaban...
Podía decir que eran sobre las 5 de la mañana, desperezada, entre tus brazos, me desperté, intentando hacer el  menor ruido posible. Amores flacos, amores de sótano. Me encendí uno de tus cigarrillos italianos y lo puse entre mis labios, aspire el humo y posé aquel cigarro tan fino y largo sobre el cenicero que te regalé aquella nochevieja, no hace más de varias semanas. Entre paso y paso, esquivando los restos de la noche anterior, llegue a tu camiseta, me la puse y observé, observé un segundo mientras dormías, tranquilamente, con una calma envidiable, seguro que yo ni si quiera llegaba a esa tranquilidad ni cuando dormía ¡Já! pensé, me reí para mis adentros e hice un moño, el humo, empezó a inundar una parte de la habitación. Amores de barrio, amores de enanos. Parecíamos idiotas, perdidos entre sábanas, perdidos entre deseo, perdidos entre sentimientos, borrachos, viendo las estrellas, pidiendo aún más.
Conseguí alcanzar otro cigarro y me puse mis vaqueros, viejos, desgastados, rotos y anchos, aunque los recordaba pitillos, así que, o había adelgazado en los últimos años o del desgaste... yo que sé. Resoplé y reí mientras varios mechones de pelo, se escapaban de aquel rebelde moño. Alcancé, finalmente, mis tacones y sin ponérmelos aún, te dí un último beso, con sabor a tabaco, con restos de vodka, con restos de sentimientos perdidos en aquella noche.
¿Qué sería de mí después de aquello? No lo sé, pero ¿Qué más da? Sería como siempre, exactamente igual, mismos sentimientos y necesidad de agarrarme a otra persona, porque yo sola, sería incapaz, fiestas, más fiestas y quién sabe, algún que otro rollo.
Pero siempre habría un sentimiento incapaz de cambiar, siempre, quedaría el recuerdo imposible de borrar, siempre, permanecería en aquel sotano, dónde decicí guardar todos y cada uno de mis recuerdos... para evitar... ya sabes saltar.

jueves, 16 de mayo de 2013

29.-

Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac. El sonido del reloj de pared, colgado encima de la puerta, no cesaba. A ella no le molestaba aquel ruido, tan insoportable para otras personas. A ella, le gustaba, le calmaba, le hacía sentirse viva. Porque eso era, estaba viva. Movía sus brazos en el aire, medio desnuda, con un cigarro entre los dientes, con humo en su interior y al ritmo de una canción que sonaba en la radio, larga y lenta, muy lenta. Justo como a ella le gustaba. Canciones lentas, cafés con leche, humo saliendo del cenicero, vaho empañando los cristales y días grises. Porque así era. Ella, no estaba hecha para otra cosa que no fueran camas deshechas y cuartos desordenados. Tal y como eran sus pensamientos. Tic, tac, tic, tac, tic, tac. Presión en el pecho, vueltas sobre ella misma, no sabía que estaba más desordenado en ese momento, si sus pensamientos, ella o su habitación.

martes, 7 de mayo de 2013

28.

Es una presión en el pecho, continua, molesta. Duele, duele como si me estuvieran dándo la paliza del siglo, duele como si estuvieran machacando mis huesos, uno a uno. Aunque eso es lo que están haciendo, eso es lo que me estoy haciendo. Poco a poco, dejo que esto me consuma, que haga conmigo lo que quiera, sumergiéndome en un abismo del que no puedo salir. No creo que pueda salir. A veces, estoy tan dentro, que confundo los gritos de mi cabeza con el grito desgarrador que necesita salir de mi garganta, pero no puede salir. Los gritos ahogados, son parecidos a un escalador, un escalador que no puede trepar, pero sigue intentándolo, desgarrando por mis cuerdas las cuchillas como si fuera el Everest.
A veces, veo tanta oscuridad, que no sé si estoy dormida, si es una pesadilla o simplemente es la rutina, la maldita rutina acechando otra vez, nuevamente, haciéndo que cada día odie más estar aquí.
Ojalá hubiera algún tipo de instrucciones o una guía que me ayudara a salir de esta mierda, porque al fin y al cabo, es eso. Mierda. Nadie sabe qué es, nadie se la puede imaginar. Duele, duele como tu recuerdo, duele como la vida misma, duele como si llevara una montaña atada a mi espalda. Es una carga, pesada, horrible. Y necesito acabar con ella, ya.

domingo, 14 de abril de 2013

27.

Cientos de vueltas en la cama, miles de posturas diferentes. Me giraba una y otra vez a mirar el pequeño despertador, veía como los números cambiaban lentamente, más lento de lo normal. El puñetero tiempo, no pasaba. Todo estaba en silencio, menos mis pensamientos. Mi cabeza gritaba, haciéndo que me volviera loca, no podía con ella, necesitaba acabarlo. Me levanté  y empecé a dar vueltas por mi habitación, con la luz apagada, intentando parar los gritos de mi absurda conciencia. 'Joder, cállate, cállate ya, no puedo seguir así' pero se negaba a parar, seguía y seguía, no me hacía caso. Miré en el pasillo, todo tranquilo, nadie despierto. Rebusqué en la mesita de noche y cogí el tabaco, dejé el cigarro apoyarse entre mis labios, recordando el sabor de tus últimos besos y prometí que esa caja, también sería la última. Promesa que incumpliría, claramente. Abrí el ventanal y salí al balcón, la calle, vacía. Normal, eran las tres de la mañana. Colgué las piernas entre las rendijas de la balcón y lentamente, dejé que el tabaco inundara mis pulmones.
Notaba como una lágrima corría por mi rostro, después de aquella, miles de ellas. Llorando en silencio, en la noche oscura, dónde lo único que se podía ver, era la pequeña luz que desprendía mi cigarro cada vez que daba una calada. Inspiraba y expiraba, intentando relajarme, pero era imposible. Cada vez, mi cabeza me atormentaba más, me gritaba, me golpeada, haciéndome cada vez más débil. No podía seguir así. Me levanté y tiré la colilla por el balcón, viendo cómo terminaba de consumirse en un pequeño charco. Volví a coger otro y otra vez, el mismo proceso, hasta que terminé. ¿Cuál sería el siguiente paso a esos gritos? ¿Qué iba a pasar después? Notaba que me iba consumiendo, más rápido que el cigarro, más rápido que una noche en el polo cuando solamente hay sol, más rápido que el hielo dentro de un vaso de agua. Más rápido que las lágrimas recorriendo mi cara. ¿Qué iba a ser de mí, después de tantas noches así?

martes, 9 de abril de 2013

26.

Cierro los ojos, parpadeo, lentamente. Uno, dos, tres... cojo aire y suspiro. Miro el cenicero, sucio, viejo. El sexto en ese día, hacía tiempo que no fumaba, o por lo menos, que no fumaba tanto. Me animo y cojo nuevamente el paquete, dejando caer un nuevo cigarro entre mis labios, lo enciendo y doy una calada, noto como recorre el aire mis pulmones y toso. La vieja costumbre me había abandonado por completo, pero estaba cansada, tan cansada que había recurrido a ello nuevamente, sacando ese viejo paquete, que a saber cuantos meses llevaba escondido por el viejo apartamento. Cansada, me siento despacio, vuelvo a cerrar los ojos y vuelo. Dejo a mi mente correr, lejos, lejos de todo, de ti, de tus recuerdos. Después de todo, eres eso, una carga en mis recuerdos, como un puñal que duele, duele mucho.
Dicen, que el silencio, es el grito más fuerte de todos ¿pero cuándo parar ese grito? Me desgarra la garganta, me duele y hace un nudo insoportable, tan insoportable como tu recuerdo, tan insoportable como verte un segundo por la calle. Tan insoportable que hace que quiera acabar con todo. ¿Cuándo dejaré de sentir ese vacío? Ese impulso, ese odio que me empuja hacia el avismo ¿Cuándo? ¿Cuándo debería parar ese sufrimiento? O aún peor. ¿Cuándo debería de empezar a realmente, olvidarte?