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sábado, 7 de septiembre de 2013

37.-

Subo la mirada y sigue ahí. La taza de café frío entre mis labios, entre mis manos. El cigarro en el pobre y viejo cenicero que me regalaron, de Suiza, creo. No me acuerdo. No lo sé. Aunque en realidad ya no es ni cigarro, es ceniza, un cigarro que nunca llego a mis labios más de tres veces, aunque como de costumbre, entre caladas largas. Caladas largas y sorbos de café fríos, igual que tus labios, igual que tus besos, igual que tus abrazos cuando te fuiste o igual que ese lado inhabitado de mi cama en el que solías estar todas las tardes. Creía que eras el único, el adecuado para mí. Contigo era capaz de hacer de los silencios lo más agradable que podía llegar a ser algo tan incómodo y vacío como el silencio. Contigo era capaz de pararme a leer mientras tú tocabas el bajo o la guitarra acústica, ay, cómo me gustaban esas tardes (y como las echo de menos...) ¿Pero ahora qué? En tu lugar hay una almohada, por lo menos, sirve para abrazarme a ella y también, en acasiones nostálgicas cuando el tabaco y el papel me fallan, para llorar. ¿Sabes? Aún hay cajas vacías, como si habláramos de nuestros recuerdos, ahora escasos, porque duelen como puñales.
Y estoy aquí, como siempre, bueno, esta vez sin moño, ni con mechones castaños recorriendo mi cara revoltosos sin agarrarse en el moño, miento, no es igual, no estás tú, ni tu cigarro en mi cenicero, ni tu taza de café caliente cargado con 2 cucharadas de azúcar o un hielo en verano.
Tampoco suena ese CD que me regalaste con una mezcla entre Alabama Shakes, The White Stripes, The Kills, Amy Winehouse o Artic Monkeys entre otros.
Ahora suena Submarine, ya sabes lo que me gusta el libro, y la película, aunque ya no la veo. Me recuerda a ti.
Igual que todo.