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domingo, 29 de septiembre de 2013

41.

Otro invierno más a solas con mi mente. Mis mofletes queman y voy por las calles medio abandonadas de esta ciudad llamada Madrid. Llueve, pero no pasa nada. No me importa. Ya no, incluso me gusta, le he cogido el gusto, porque es exactamente igual que yo, triste y nostálgico. Parece que el tiempo también necesita llorar.
El viento, mientras tanto, revuelve mi pelo, la luz de las farolas, tenue y ligera, me recuerda a esas noches de desvelo entre café, tabaco y libros. Parece que espero a algo, pero sé que jamás llegará, por qué tampoco sé que espero realmente.
Mientras escucho Creep, de Radiohead. No sé qué tendrá esa canción quizá su estribillo y la manera que tiene de describirme, quizá la manera de transmitir todo lo que siento en solamente 4 minutos, quizá porque también necesito control, por mucho que duela y necesito tener un cuerpo y alma perfectas (o eso creo, malditos prototipos de belleza) también puede ser que necesite que alguien note que no estoy y mi ausencia, mi risa, mi forma de hablar, que le falte. Pero soy un bicho raro. Y nada ni nadie, cambiará eso.
Y entonces, parece que todo está muerto, como mis sentimientos, como el tiempo en ese viejo reloj que siempre llevo sin pilas, pero da igual porque para mí no pasa y todos los días son iguales. Y entonces, a veces, cuando es muy de noche, siento que la noche susurra, que la luna brilla y las luces tapan a las estrellas.
Pero por mucho ruido o luz que haya, yo me sentiré así. Sóla, consumiendome, igual que los cigarros entre mis labios, la ceniza en el suelo y el humo del café en el aire.