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martes, 26 de noviembre de 2013

50.-

Café cortado sobre la mesa, gotas alrededor de la taza, dejando una suave marca. Sonaba en aquella pequeña habitación, de muebles blancos y clásicos, suavemente la banda sonora de Amelié y el olor a tabaco la inundaba entera. El negro de su pelo contrastaba con su piel, pálida, perfecta, blanca como la nieve. Sus labios rojos, como la sangre, en el borde de la taza de porcelana china y sellando el filtro del cigarro.
Música lenta, y ella, se preparaba para bailar un baile que jamás bailaría, se miraba en el espejo y dejaba que sus manos, recorrieran su cuerpo como si fueran las de otra persona, mientras se probaba aquel vestido y sonaba el viejo violín del cd.
Soñaba con recorrer el mundo, con su cámara, con él, sacando fotos hasta a la más mínima y pequeña flor que se encontrara por su camino. París, Berlín, Roma, Grecia, Sicilia, Barcelona, Monaco, Rusia, Japón, China, todo, lo quería todo, en cambio, aquella chica de ojos negros y piel blanca lo que realmente quería –y jamás tendría.- sería un baile con aquel chico de ojos verdes y rizos en los años 50, nunca bailaría un último vals, con un cigarro entre los dientes como las actrices de Hollywood, nunca le quitaría los primeros botones de la camisa ni le abrocharía la corbata antes de salir a pasear por el París de los años 20. No le vería mientras dormía ni uniría los lunares de su espalda. Y eso es algo que jamás superó. No poder tenerlo, volver a tenerlo. Así que delante de ese mismo espejo y ese mismo viejo violín, decidió bailar su último vals acompañada de los brazos de la muerte