Y el carmín.
Me gusta la marca que deja el carmín en la taza y me gusta la forma borrosa de los labios que deja sobre el filtro del cigarro.
Me gusta poder ir a una cafetería y poder leer, sola, me gusta estar sola e ir a tomar café sola. Acompañada solamente -si eso- de un libro.
¿Dónde quedan esas cafeterías en las que se podía uno encender su cigarro y estar tranquilamente tomando algo y leer sin que nadie te moleste? O ver pasar el tiempo y observar el segundero moverse y seguir matando el tiempo.
Carmín. Me gusta el color carmín en el borde de una taza.
Yo, a diferencia de tantas otras chicas, quiero (¡me encantaría!) conocer al amor de mi vida en una cafetería, mientras leemos, ya acostumbrados a la presencia del otro y a las casualidades de encontrarnos. Me gustaría que uno de los dos se acerque al otro y se acerque al otro y podamos empezar una conversación, no sé, lo típico de "quieres que te invité a otro café" o "Vaya, ese libro me lo leí yo hace unas semanas" sería bonito, la verdad.
Me gusta el café, y el vaho de la taza caliente y la espuma del
café con leche.
Pero sobre todo, me gusta el carmín, el carmín impregnado en la
taza, una tarde de noviembre, de un día lluvioso, en una cafetería cualquiera
donde repentinamente, te enamoras de una taza de café y unos labios
rojos.