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miércoles, 11 de febrero de 2015

70.

Luces.
Luces parpadeantes que entran y salen por mis ojos como cien mil estrellas en un cielo más negro que la propia mezcla.
Las luces verdes se difuminan entre la niebla y las ámbar guiñan sus apagados tonos hacia las calles vacías.
Las rojas... las rojas hacen que me pare.
Llenas de dolor.
Miseria.
Angustia.
No sé.
Qué más da.
Si nadie sabe nada.
Y es triste.
Es triste no saberlo o no tener la respuesta o peor aún.
No saber la pregunta.
O a lo mejor, es lo bonito de todo esto.
Que ni sabemos las preguntas ni las respuestas.
O las pesadillas que nos atormentan y golpean hora tras hora detrás del tick tack de los relojes de muñeca que jamás llevo.
Qué es.
Quién soy.
No soy nada.
Y la nada es todo.

A la mierda.

Puede.
Quizás.
Quién sabe.
Huir.
Gritar.
Correr.
Llorar.
Quizás.
Puede.
Quién sabe.

Yo no, desde luego.
Y me ahogo en un mar de dudas tratando de dar respuesta a todas aquellas preguntas que no puedo si quiera preguntarme porque ni sé formularlas o puede ser que simplemente, no quiera saber respuesta.

Vacío.
Nada.
Lleno.
Todo.

Por que en el fondo, la nada es todo y todo, es nada.
Y nosotros somos polvo y lo que nos rodea nos mueve.
Como títeres sin usar o demasiado gastados.
Como esa función que jamás terminó y nunca llegó a empezar por miedo a preguntar
¿Qué es?
O por miedo a saber la respuesta.
O peor aún.

Saberla,
Saberla
Y que no nos guste lo que sabemos.